Era 5 de agosto de 1994, pleno Período Especial, y el régimen cubano no sospechaba que viviría una de las jornadas más desafiantes de su cruenta historia, tras la caída del Muro de Berlín.
La falta de comida, combustible y transporte había dejado a los cubanos en piel y huesos, llevados como almas en pena sobre las Flying Pigeon de los chinos, pedaleando hasta sudar el bicomplex que les daba el régimen para paliar el hambre y el aumento de polineuritis. Apagones, jornadas sin agua, calor y casi 10 años escuchando aquella frase de “ahora sí vamos a construir el socialismo” mientras los ojos veían caerse el país a pedazos, irrumpir el turismo internacional que acentuaba la discriminación, y alzarse los primeros líderes de una “proto-continuidad” gritona de consignas, fueron calentando la olla.
El remolcador "13 de marzo" y el despertar del pueblo
El hundimiento deliberado y criminal del remolcador “13 de marzo”, perpetrado el 13 de julio de ese año por órdenes de algún cobarde poderoso que ya no pagará, dejó un saldo de 41 muertos, de los cuales 10 eran menores de edad. Pero dejó algo más: la sensación de que ya quedaba poco que perder en un país que había perdido su aureola de “justicia” y que mostraba la verdadera faz de sus gobernantes: unos fanáticos desconectados de la realidad y capaces de provocar un baño de sangre con tal de mantenerse en el poder.
La olla explotó y el pueblo llamó a ese episodio singular de protesta El Maleconazo. La propaganda del régimen quiso mostrarlo como un estallido de vándalos y gusanos, desarticulado con la sola presencia del dictador Fidel Castro, que llegó “sin escoltas, rodeado del pueblo” a devolver el orden y la paz y recuperar “las calles para los revolucionarios”.
La mentira desvelada por un fotógrafo
No existían los smartphones ni las redes, pero el fotógrafo holandés Karel Poort registró los disturbios con su lente. No captó ni una milésima parte de lo sucedido aquel día: la gente corriendo por el Malecón jaleando a los que habían secuestrado la Lanchita de Regla para irse a Estados Unidos, el desembarco de las Brigadas de Respuesta Rápida disfrazados de obreros del contigente Blas Roca, las cabillas, las cabezas rotas, la sangre, los gritos, el terror.
Pero algo sí captó el visitante y su cámara. Por mucho que quisieron vender la represión de uniformados vestidos de civil como una “victoria del pueblo”, Poort apretó su obturador y obtuvo la prueba de la gran mentira: represores vestidos de paisano en las inmediaciones del hotel Deauville, disparando al aire sus pistolas para disolver a los manifestantes.
Después de eso, de mucho palo, cabillazos y camiones repletos de detenidos, apareció el Gran Demagogo con cinco anillos de seguridad para representar el papel de macho alfa que tanto gustaba a la grey revolucionaria.
El miedo cambió de bando
Ahora se dice que con las históricas protestas del 11 de julio de 2021 (11J) “el miedo cambió de bando”. Pero lo cierto es que el miedo de los machotes revolucionarios viene de antes, de aquel 5 de agosto en el que por vez primera escucharon el rugido del escuálido pueblo que empezaba a ser consciente de la opresión del régimen totalitario construido por un dictador aferrado al poder, y con temblores ante el “desmerengamiento” del campo socialista.